#8A María Toro


María Toro es instrumentista (flauta travesera), compositora, arreglista y productora de jazz y flamenco. 

Nacida en 1979 en A Coruña, vive sin separarse de su flauta desde los 8 años. Tras obtener el título superior y hacer incursiones en la música tradicional gallega y portuguesa, comienza a interesarse por el jazz y otras músicas populares, lo que le lleva a trasladarse a Madrid en 2005. Allí combina su trabajo con los estudios en la Escuela de Música Creativa. En simultáneo, se lanza al flamenco. Durante ese tiempo absorbe las referencias de los grandes del género, y por supuesto del máximo representante de su instrumento, Jorge Pardo. En 2011 se traslada a Nueva York, plataforma definitiva para su carrera. Allí toca en lugares emblemáticos, como Blue Note, Joe’sPub o 55 Bar. Paralelamente, en 2012 entra a formar parte de la renombrada compañía suiza Flamencos on Route, con la que gira y forma parte estable en varias temporadas. En 2013 se afinca en Río de Janeiro, mientras compagina sus otros trabajos en Europa y Estados Unidos. En 2017 graba su segundo trabajo en Río, Araras, fruto de su relación con grandes del jazz y la música popular brasileña como Toninho Horta, Guinga o Hermeto Pascoal. 

Con una idea que nace en el flamenco y crece en el jazz, Toro ha pasado años preparando el camino hacia un lenguaje propio. Su permanente viaje físico le ha permitido contagiarse de músicos locales sin abandonar su raíz, lo que aporta acentos y texturas a su trabajo de solista. Ya sea con destacados artistas europeos, de la escena jazzística neoyorquina o con primeras figuras de la música brasileña, el proyecto tiene un denominador común: la flauta inconfundible de María. Dotada de una personalidad melódica distinguible desde la primera nota, Toro ha conseguido combinar sus dotes de compositora con un alto nivel de arreglos y producción. 

Lo del flamenco lo lleva en la sangre. Su familia procede de El Puerto de Santa María y ello constituye el embrión en el afán de María Toro por una música que ha desmenuzado y a la que le ha entregado todos sus esfuerzos y también su indiscutible talento. Las compañías flamencas a las que ha ido acompañando a lo largo de su trayectoria han supuesto, sin duda alguna, una escuela y una experiencia definitivas para consolidar su apuesta por un género musical que ha acabado maridando con el jazz. 

«Mi música es la suma de todas esas cosas de las que me ido empapando. El flamenco tiene para mí magnetismo. Es una música muy tribal, muy espontánea, muy intuitiva, muy improvisada..., lo que da pie a muchas posibilidades». 

A su vez, el jazz le ofrecía la posibilidad de explorar nuevas formas de expresión que la música clásica, en la que se había formado, no le permitía. 

 «Cuando terminé en el Conservatorio tenía muchísima técnica pero no era capaz de tocar nada que no estuviera escrito en una partitura, como si tuviera capada la parte creativa de la música. A llegar a Madrid y ver lo que hacían los músicos de jazz, descubrí que aquella música me ofrecía mucha más libertad y me permitía liberar todo eso que hasta entonces tenía ahí medio obstaculizado, que no era tan hermética como la música clásica. Al empezar a estudiar jazz, fue como cambiar de profesión porque el planteamiento no tenía nada que ver con el de la clásica, que, por supuesto, también me ha servido de mucho». 

«Empecé en el flamenco por casualidad. Mientras estudiaba en la Creativa, en el primer año de estudio un flautista que tocaba en una compañía de danza y estaban a dos días de estreno se rompió un brazo. Buscaban a un flautista de última hora y yo me tiré a la piscina. Pero cuando llegué pensé: «¡Madre mía!, ¡dónde me he metido!», porque claro el flamenco no tiene nada que ver con lo que yo conocía. En primer lugar, no es académico, va todo por unos códigos muy concretos que van más allá de lo musical. Es una corriente cultural con raíces muy profundas, pero con esa oportunidad entré en contacto con otro género que poco tenía que ver con el jazz, pero sí con la improvisación. Y desde aquel primer concierto fueron saliendo más cosas mientras paralelamente estudiaba jazz, y acabé combinando las dos cosas, que para mí es una combinación perfecta. El jazz representaba lo académico en ese momento y cuando me iba a los tablaos aprendía otro lenguaje, el “de la calle”. Ahí se aprendía a base de ensayo y error.»

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